viernes, diciembre 28, 2007

Mamones

-El Pino, el Pizarro, el Chaves y toa esa gente, son to unos mamones.

¿Cómo puede escribirse un artículo de tono sosegado, un texto que sirva para bucear por las profundidades de la verdad si uno lee la sentencia del caso de Chaves contra EL MUNDO y se encuentra con esta trascripción literal de la famosa cinta de vídeo que alguien robó para que no se supiera nunca lo que ocurrió? La voz puede ser perfectamente la del presunto -¿o hay que ir eliminando ya las presunciones?- espía que andaba detrás de Benjumea: esto no lo dice el articulista, sino el juez en su sentencia. A ver si nos vamos enterando y de paso se enteran algunos enterados que clasifican a los jueces en dos grupos: los nuestros y los enemigos. ¡Ay, las trincheras que renacen como el Ave Fénix pero al revés!

La lectura de la sentencia confirma, punto por punto, lo que vimos en el juicio. Otros –y otras, muchas otras- deberían reflexionar y volver sobre lo escrito por sus amaestradas plumas para comprobar que no llevaron a sus lectores lo que allí pasó, sino lo que el abogado de Chaves les dictaba tras las sesiones. Y la frase que reproducimos en el berlanguiano frontispicio de esta columna duplicada nos da el tono de la declaración de Pizarro, su patetismo sin lustre, el nivelito intelectual al que ha llegado un partido que dio mentes preclaras en la Andalucía de la Transición y que hoy se revuelve en el fango y en las manos sudorosas de su sectario secretario de Organización. ¿Y este individuo pretende amordazarnos para seguir haciendo y deshaciendo a su vulgar antojo?

-El Pino, el Pizarro, el Chaves y toa esa gente, son to unos mamones.

La frase resuena con modos y maneras de letanía laica pasada por la Celtiberia de Carandell, por los retratos carpetovetónicos de Cela. Esas palabras forman parte de la conversación que tiene la validez que un juez le ha conferido en la sentencia que ha provocado un cabreo descomunal en el seno del régimen. Los sectarios son así: los de cuna y los sobrevenidos o conversos, a elegir. Piensan que la vida es una lucha continua y perpetua por perpetuarse en el poder, por disfrutar de unas prebenda que jamás habrían soñado: les basta un vistazo al curriculum propio para darse cuenta de que nunca habrían llegado al puesto en el que están si no hubiera sido por la fidelidad al partido.

Y para los ingenuos que siguen pensando que el estilo de Chaves –perdón, el Chaves- y compañía no pasa por espiar al personal, ahí va un rabito de pasas totalmente gratis, que por algo estamos en Navidad: ¿acaso han olvidado que este presidente de la Junta se sentaba en el Gobierno que tanto se pringó a cuenta de los GAL o de los saqueos de los fondos reservados? ¿De dónde viene Chaves o el Chaves, a elegir? ¿De un pasado inmaculado? ¿O sacamos las vergonzantes copias del vídeo de Pedro Jota que se hicieron, se distribuyeron y se visionaron en dependencias anexas del régimen chavesiano?

Rosell y Caraballo han dejado el listón muy alto. En cuanto a los periodistas del régimen, que lean lo que hizo la Junta Militar cuando Daoiz y Velarde se rebelaron contra los gabachos: se pusieron de parte del poder y acusaron a los valientes capitanes de provocar las muertes de sus compatriotas. Luego rectificaron y los convirtieron en héroes. Así se escribe la Historia. Con renglones torcidos. Y así se retuerce una verdad que ahora, justamente ahora, aflora por las alcantarillas del régimen: un submundo de espías y subasteros, de empresas que tapan vergüenzas ajenas, de malos olores que apestan demasiado como para que nos callemos.

Uno iba a escribir en un tono diferente, pero la frase que no hirió el honor del trío calavera –no se querellaron con el que la pronunció- está ahí para quien quiera releerla.

-El Pino, el Pizarro, el Chaves y toa esa gente, son to unos mamones.

¿To o tos? Ésa es la sintáctica cuestión…

martes, diciembre 25, 2007

La Navidad, fiesta menor en Sevilla


Si mañana es Nochebuena, pasado será Navidad. El tiempo, que ni vuelve ni tropieza (Quevedo) nos da un respiro, abre un paréntesis de luz y de memoria, hunde sus dedos de arena en la herida que siempre se abre cuando se nombra la palabra infancia. El tiempo, como bien sabía Antonio Machado, es el agua que de vez en cuando se remansa y se queda quieta antes de seguir fluyendo sin cesar hasta la mar, que es donde van a parar los ríos manriqueños del morir. Por eso dejamos hoy la agenda jartible de tanto baranda que le da la vuelta al axioma de Valdés Leal: sic transit gloria mindundi.

La Navidad en Sevilla es un simple recodo del tiempo, una pausa más que se suma a la Semana Santa, a la Feria, al Corpus, al Rocío, al extenso calendario veraniego de playa y chiringuito. Uno no entiende cómo puede sobrevivir una ciudad donde sus habitantes lo dejan todo para el día siguiente. Del “vuelva usted mañana” que deprimía a Larra, al “nos llamamos cuando pasen las fiestas”, o cuando terminen las procesiones, o cuando se apaguen los farolillos, o cuando regresen los romeros... ¿Cómo puede sobrevivir una ciudad en pleno siglo XXI con un almanaque que tiene tantos números rojos como las cuentas corrientes de sus jaraneros habitantes?

En realidad las Pascuas, que es como se llamaba la Navidad en los tiempos feliz o desdichadamente pasados, no aportan casi nada al brillo de una ciudad que siempre hizo de su estética propia una seña de identidad y un negocio: aquí vivimos de vivir bien, valga la redundancia de la presunta abundancia. ¿Alumbrado navideño? El verdadero alumbrado hispalense se enciende tras la cena del pescado frito previamente descongelado, vulgo pescaíto. Ahí es donde luce el esplendor de mujer madura envuelta en el oropel de una adolescencia tan falsa como fingida. ¿Nacimientos o belenes? Los besamanos de las Esperanzas que sirven para marcar el Adviento son el mejor ejemplo de que el belenismo hispalense -¡vaya sintagma rancio!- sufre la competencia desleal y secular de una imaginería procesional que llegó al clímax con el Cachorro que no nació en Belén, sino que siempre está a punto de morirse en la otra orilla de la ciudad: esto lo coge un pregonero, le echa unos cuantos romances ripiosos y media docena de décimas –eso ya es fiebre, vulgo calentura- y enjareta medio pregón por el procedimiento del tirón.

Desengañémonos, que eso es muy barroco. La Navidad en Sevilla siempre fue una fiesta pueblerina, un querer sin poder mientras el Gran Poder permanece oculto en el quinario que se remata con la Epifanía que sostiene su advocación: epifanía significa demostración de poder, y eso mismo fue lo que hizo el Niño cuando lo adoraron los Sabios, los Magos o los Reyes, que en esto también hay sus opiniones. Luego llegarían los beduinos para confirmar la frase que dejó escrita José María Izquierdo, creador de la cabalgata del Ateneo, en su imprescindible Divagando por la ciudad de la gracia: “para hacer el ridículo siempre hay tiempo”.

En Sevilla la Navidad es una calle de pueblo sin pretensiones: José Gestoso. De aquella venera salen las calles que han ido conformando y deformando la ciudad, y allí se compran figuritas y trozos de corcho, las camisetas de felpa para abrigarse de los traicioneros fríos sevillanos y el incienso que necesita el capillita para esnifar su dosis diaria. José Gestoso es la calle navideña de la ciudad, el reducto añejo que nos dicta con su sabiduría de las pequeñas cosas que las fiestas grandes de Sevilla son otras. No se puede jugar a todo cuando vivimos en una ciudad que no es precisamente boyante cuando de contar el dinero sonante se trata.

Así pues, dejemos las trifulcas entre comerciantes y concejales a cuenta del alumbrado. Roñosos los unos y los otros, cortos de miras y sevillanos al estilo más cutre de la palabra. Bombillitas azules que cubren a duras penas la mitad de un arbolito, paquetitos colgados de calles estrechitas y poco más. El Nacimiento de la Granja de San Francisco ocupa el arquillo donde Uruñuela o Manuel del Valle aparcaban aquel SEAT 131 Supermirafiori que regalaban en el Un, dos, tres y que nuestros hijos conocen gracias a Cuéntame cómo pasó. El personal pasea por la Avenida como si fuera la calle mayor de lo que es: una ciudad provinciana tirando a pueblerina. El sevillano se ha vuelto turbodiesel: anda mucho y gasta poco. De vuelta a casa, dulces de conventos para los más pudientes y mantecados de hipermercado para los de siempre. Por eso nos paramos cuando vemos al amigo, al conocido o al saludado. Y le deseamos Felices Pascuas. La Navidad en Sevilla no da para más.

Silencio y olvido

Generación del 27. Tal día como ayer murió Bécquer, el padre de la poesía española contemporánea, el poeta sin el cual no se entiende la literatura en lengua española del siglo XX. Estos días se han cumplido ochenta años del homenaje a Góngora que se celebró en Sevilla allá por 1927, cuando se formó aquella generación de poetas que marcaron uno de los momentos estelares de nuestra milenaria cultura. ¿Qué tiene que decir la ciudad a todo esto? Nada. El centenario de un equipo de fútbol o el aniversario del pasado a terciopelo nuevo de la bambalina trasera de un paso de palio es muchísimo más celebrado que todo lo relacionado con nuestras artes y nuestras letras. Sevilla es así. Silencio de madrastra más que de madre. La que podría ser la capital mundial de la poesía, como ya señalara Juan Ramón en su momento, ni siquiera se da prisa para terminar esa Casa de los Poetas que permanece donde habita el olvido, que diría Bécquer. Tenemos lo que nos merecemos.

sábado, diciembre 15, 2007

Colgada de la tiza

Cuando despertó, Cándida ya no estaba allí. La consejera se había marchado precipitadamente sin pedir perdón, sin presentar ni una sola excusa, sin admitir error alguno. Cuando ella se despertó del sueño logsiano, cuando llegó al desengaño que siempre es el reverso de la ilusión, su consejera se había apresurado a recoger los papeles y a cambiar de escaño: de Torretriana a la carrera de San Jerónimo, que por algo a la gente como la consejera Martínez lo único que le preocupa es eso mismo, su propia carrera política.

Ella, que es de natural nostálgica y un punto sentimental, echó la vista atrás y se arrepintió por un momento de haber desperdiciado sus notas, su expediente, sus capacidades para la ciencia y para las relaciones públicas. No les hizo caso a sus padres ni a sus profesores. Lo había dejado todo por esa abstracción confusa que se conoce por el resbaladizo nombre de vocación. Ella quería transmitir a los más jóvenes lo que sus maestros le habían inculcado, pretendía sacarlos de la peor marginación que existe: la incultura que nos rebaja la condición humana hasta convertirnos en replicantes, en borregos, en simples seguidores de las consignas que lanza el poder.

Por eso se quedó colgada de la tiza como si fuera un pintor al que le retiran el andamio y se agarra desesperadamente a la brocha. Al principio llevaba muy mal los desplantes de ciertos alumnos que poco a poco se convertían en insultos, en vejaciones, en amenazas que una vez –le da vergüenza recordarlo- llegó a la bofetada que le propinó una alumna sin que nadie tomara medidas. “Compréndelo, la orientadora la ha diagnosticado y viene de una familia desestructurada, un proceso judicial sólo agravaría el asunto y criminalizaría a los demás chicos del instituto y del barrio, ya sabes cómo son los medios de comunicación de la derechona...” Aquel jefe de estudios ocupa actualmente un cargo de asesor técnico en la Consejería de Educación, hizo carrera –otra vez la carrera- en el partido después de tapar huecos y bocas, y así le va.

Leyó que Cándida se iba a Madrid en uno de los periódicos que el director del centro compra para que se distribuya en la sala de profesores: ni están todos los que son, ni son todos los que están. Lo leyó sin dar crédito a lo escrito, como si fuera uno de esos alumnos que pasan su vista por el papel sin absorber las manchas de tinta que un día interpretaban, al menos, como letras del abecedario. Al poco tiempo apareció el informe PISA y entonces lo comprendió todo, como si se cayera del caballo de la Logse, como si ya no le sirvieran los argumentos que ella se construía para darle un sentido a su vocación profesional. Estábamos peor que antes, como le decía a cada momento ese compañero que le caía mal porque era un facha, un resentido, un autoritario, un individuo excesivamente crítico con el poder democrático y progresista que el pueblo había elegido libremente en las urnas.

Aquella fría y clara mañana de diciembre lo vio todo como si el informe PISA fuera el Aleph de su admirado Borges, un gran escritor a pesar de su ideología: ser progre es así. Vio la decadencia, el abandono de los alumnos, de los padres que ya no saben qué hacer con sus hijos, de los equipos directivos que luchan como titanes o que se buscan un hueco en la Consejería de Educación, ese remanso burocrático en el que nadie la llamaría enana o gordita, en el que jamás aparecería una madre iracunda con la amenaza de cogerla por los pelos y arrastrarla por todo el barrio como le riñera otra vez a su hija.

Entonces fue cruel por primera vez con la consejera que la había dejado sola ante el peligro. Colgada de la tiza, con la mirada hundida en un futuro cada vez más oscuro, recordó en voz alta que las ratas son las primeras en abandonar el barco. Y que ella nunca dejaría a sus alumnos solos ante el naufragio

lunes, diciembre 10, 2007

¡Viva Moneo y arriba el mamoneo!

El género literario de la divagación, tan sevillano, degenera en el subgénero del mamoneo, tan gaditano. En Cádiz, cuna de la libertad, hay que mamar el mamoneo como forma de entender la vida, como esa gatera por donde escapamos ante la imposibilidad de resolver los problemas. Cuando nada tiene solución, bienvenido sea el humor negro que le pone papelillos y serpentinas a la muerte, ¿o no han visto los adornos chirigoteros que luce en su fachada el tanatorio fallero de la SE-30?

El maestro mayor del mamoneo hispalense no es otro que el corregidor Monteseirín, dicho sea lo de corregidor en todos los sentidos guasones del término. Alfredito Buena Gente es corregidor porque rige con Rodrigo Torrijos, su sombra y su luz, el teniente que manda más que el capitán del navío a la deriva. También lo llamamos así porque corrige continuamente sus planes iniciales, si es que los tiene, y va parcheando la ciudad con las correcciones que se hace a sí mismo. El tranvía parcheó en su momento al metro que no estaría inaugurado, como se preveía, antes de las elecciones municipales. Y en una pirueta digna de los artistas circenses, el tranvía se parchea a sí mismo en esas divagaciones teóricas que lo llevan de acá para allá: como cantaría María Dolores Pradera, este tranvía huele a la flor de la canela, porque va del puente de San Bernardo a la Alameda, de la Campana a la Plaza Nueva, de ningún sitio a ninguna parte, ¡ojú, qué arte, Alfredito Bonaparte!

El alcalde se ha puesto el gorro de Napoleón y va dando órdenes como si de un mariscal de campo se tratase: los asuntos de la mar –gambas, bocas, cigalas- los deja a su segundo de a bordo, que ya ha sentado cátedra. Este alcalde al que sólo se importa el mantenimiento de la poltrona bajo sus augustas posaderas es capaz de recuperar los proyectos que desechó en su día aunque aquella medida le costara a la ciudad una cantidad millonaria. La divagación, que en este caso es mamoneo, llega al ripio con Moneo cuando nos vamos hasta el Prado de Donosti, antes San Sebastián: ¿o es que pensaban que las pamplinas de la corrección política iban a ser patrimonio de los socios de don Alfredo?

El cronista confiesa que cuando leyó lo del edificio de Moneo creyó por un momento que las alucinaciones existían, que el regreso al pasado bajo el aspecto del futuro iba más allá de los argumentos que traman los guionistas que mezclan la ciencia con la ficción. ¿Resucitar el edificio de Moneo? ¡Pero si aquello era la imagen viva de la carcundia, de la Sevilla de la señorita Pepis –no confundir con la que recibía los faxes en Unidad, esa franquicia del PSOE local- que diseñaba Soledad Becerril, alias la Marquesa! ¿No dijeron todo eso en su día? ¿No sigue diciendo Alfonsito Rodríguez y Gómez de Celis que aquel dinero se invertiría –ojo al condicional- en levantar edificios municipales en los barrios?

Y los han levantado. En el distrito Macarena, por ejemplo, han alzado la Dirección General de Facturas Falsas en la calle Pardo número 13, esquina Talón de Aquiles: “aquí les dejo unos talones para cobrarlos en ventanilla de la CAR, vulgo Caja de Ahorros de la Remanguillé”. ¿Lo ven? De la divagación al mamoneo sólo hay un paso. Pasamos de la Sevilla idílica de Izquierdo, Romero Murube o Laffón a la ciudad picaresca del Blacky, el Monty y el Gamba, al que después de su ascenso habrá que denominarlo como cierto cantaor flamenco: de Cigala para arriba...

Tomemos a guasa –no a broma, que es distinto- lo que hacen y deshacen estos herederos de Penélope, estos tejedores de sueños con forma de eslogan que convierten en humo todo lo que tocan. La recuperación del edificio de Moneo con el fin de especular a lo bestia con el solar del Prado es la demostración más palpable del discurso de la mentira en que se han instalado estos herederos invertidos de Miguel de Mañara. El Discurso de la verdad que enunciara el fundador del Hospital de la Caridad les viene grande a estos políticos de la calle y el callejón sin salida, a estos virtuosos del embuste y el engaño.

Divagando por la ciudad de la guasa llegamos al lugar exacto donde habita el olvido, a la Granja de San Francisco donde se cocean las razones y se rebuznan los argumentos, al pesebre que nada tiene que ver con el Nacimiento. Sevilla está en las manos que la ciudad ha elegido. Manos que trazan y borran, manos que manipulan, manos que mamonean. Si esto fuera Cádiz, ahora mismo habría un cuarteto ensayando la parodia del Prado: “Viva Moneo y arriba el mamoneo”. Y al que no diga ole, que se le seque la hierbabuena de la factura macarena. ¡Ole, ole y ole!

lunes, diciembre 03, 2007

Lolo Silva: camarada y capillita

“Aquí se queda la clara, / la entrañable transparencia, /de tu querida presencia /
Comandante Che Guevara”. La canción de Carlos Puebla está colgada –como tantos colgados que hay por ahí- en una web que Izquierda Unida mantiene en Sevilla y que se titula “Tu voz, tu gente”. La letra de esta rancia canción que idolatra a un guerrillero al que algunos califican de terrorista y otros de héroe revolucionario, nos ilustra sobre el grado de modernidad y de refundación que afecta a la coalición de izquierdas en Sevilla. Venir a estas alturas del siglo con la guitarra postconciliar –el comunismo también tiene sus concilios y sus conciliábulos- es algo digno de estudio.

En Sevilla contamos, desde hace cuatro años largos, con un aprendiz de revolucionario que de vez en cuando cambia el pañuelo palestino por el capirote de Los Panaderos, el look de progre por el repeinado al estilo capillita, la camiseta por la tiradora, y que combina el discurso izquierdoso radical con el recuerdo de su familia unida a la cofradía. Se llama Francisco Manuel pero todos le dicen Lolo. Y el cronista ha de confesar que le tiene su puntito de cariño a la criatura.

Lolo Silva está pegando unos bandazos que no los mejoraría un asiduo a las viejas tabernas hispalenses que glosó con maestría literaria el añorado Garmendia. Lolo Silva va del Che Guevara al grupo Marea, cuyo disco lleva un título que bien podría servir para definir lo que pasa en muchos barrios de Sevilla: “Las aceras están llenas de piojos”. Quien dice piojos puede decir alfajores caninos, que ya se sabe que las metáforas las carga el diablo y luego tiene que recogerlas Lipasam, esa empresa donde se colocan por todo lo alto los parientes de los nuevos señoritos sin que Lolo Silva, que va de republicano por la vida, diga ni mu. ¡Ay, Lolo, quién te ha visto y quién te ve, callándote las verdades del Che por conservar la carne y el carné!

Pero no se quedan ahí los bandazos de la banda lolailo de Lolo. Llegan hasta los ocupas u ocupas –no vamos a pelearnos por eso- del Pumarejo, pronúnciese el Espumarajo. ¿Por qué defiende un concejal a los que se saltan la ley? ¿De qué resistencia está hablando este Lolo que resiste lo que haga falta con tal de seguir en el machito? ¿Está animando a los sevillanos que no tienen forma de llegar al centro a que usen su coche oficial por la cara? ¿Sería eso un acto revolucionario?

El colmo llega cuando Lolo pretende darnos lecciones de democracia y enarbola los regímenes de Cuba o Venezuela. ¡Hasta ahí podríamos llegar! Esto no lo dicen los fachas, sino los brigadistas que lo mantienen en lo más alto de la estructura orgánica del aparato del partido. Hasta ahí, o sea hasta Cuba y Venezuela, pudieron llegar gracias al uso y al abuso de los fondos públicos con fines partidistas. ¿De verdad piensa Lolo que Castro –Fidel o Raúl, da lo mismo- es un demócrata? Aquí podría parafrasear a Silvio cuando decía que era tan católico que no necesitaba practicar. Fidel es tan demócrata que no necesita convocar elecciones para que el pueblo lo elija. ¿Y ese Chávez que pretende perpetuarse en el poder a través de un plebiscito? Stalin, tan amado por algunos amigos de Lolo, ni siquiera hizo eso: llegó, mandó, mató y se murió. Y se acabó.

Si no fuera porque uno conoce a Lolo Silva y le tiene cariño, le daría hasta miedo. Nunca se sabe dónde puede terminar una ciudad dirigida por gente que no cree en la democracia, gente que prefiere la dictadura del proletariado -¡toma paradoja!- antes que un sistema de libertades donde la expresión no esté sometida al dictado de ningún comisario político. Cuando Lolo defiende a los tiranosaurios de América lo hace para mantenerse en el poder del aparato, para que lo apoyen los frikicomunistas que aún quedan en la zona reservada a los nostálgicos de un pasado que dejó millones de muertos y un tufo a represión que ninguna persona decente puede compartir. Lo malo es que termine creyéndoselo algún día.

Démosle, al menos, el beneficio de la duda. Y tomemos a broma lo del solsticio de invierno que irónicamente soltó su jefe de filas, el camarada Rodrigo Torrijos. ¿Cómo puede decir Lolo que esta generación vive peor que la de sus padres? ¡Si él lleva desde los 23 años montado en un coche oficial con el que ni siquiera soñaban los viejos comunistas de antaño! A rancio no hay quien le gane, tanto por la tradición como por la ideología. Por eso cogemos la guitarra y le cantamos al estilo de Carlos Puebla: “Aunque de nada te sirva, / permíteme este consejo, / deja de ser tan añejo, / Camarada Lolo Silva”.