Félix Bayón
"De un mal golpe". Así se titula la novela que nos ha dejado, en herencia, el maestro Félix Bayón. El Sábado Santo volvió a repetirse, por enésima vez, el verso fatal de Bécquer. “¿Quién me dio la noticia? Un fiel amigo”. El mismo que nos presentó en una taberna de Málaga. El mismo que le dejó ayer un artículo hondo y trágico, shakespaeriano, en su Matacán diario. Fue Javier Caraballo. Y terminó la entrecortada conversación telefónica con cuatro palabras como cuatro aristas de niebla. Hemos perdido un amigo. Eso es todo.
Félix Bayón se hacía querer. Tenía un corazón de quince años que le habían trasplantado en 1992, una risa contagiosa y sonora, y una visión insobornable de la vida y del periodismo. Su magisterio no está en la forma lúcida, clara, como trazada con cuerda seca, de escribir sus artículos. No. Lo valioso de su herencia va mucho más allá. Bayón era uno de esos tipos que no están dispuestos a dejarse llevar por el cinismo, ese canto de sirena que le sirve al poder para atraerse a los mejores.
Vio de lejos la corrupción del Gil y de su GIL, ese cáncer que le ha salido a Andalucía por la piel de su costa. No se doblegó ante el paquidermo, luchó con toda la fuerza que le dio su moral, su incorruptible ética, y al final salió ganando aunque la muerte se lo llevara por delante. Pero no se quedó ahí la cosa. Félix Bayón tampoco se doblegó ante el omnímodo poder de la Andalucía oficial, la que viaja en los trenes de la propaganda y de la autocomplacencia, la que le negó cualquier honor en vida mientras premiaba a cantantes de consumo y a figurines de última moda. Incluso se permitieron el dudoso gusto de presionar a ciertos medios para que lo quitaran del ídem, esto es, del medio. Y lo consiguieron. ¡Vaya si tienen poder!
Pero al final siempre ganará el bueno, como en el cine. Bayón ha llegado el primero a la meta, que decía Borges del mal poeta que caía en el inevitable olvido. Ha llegado a esa cinta que marca la frontera de los que mueren limpios de polvo y paja, exentos de corrupción, sin olor a aguas pestilentes. Lo suyo no era trincar, sino denunciar. Su corazón quinceañero le marcaba un ritmo que nos costaba trabajo seguir. Ha puesto la primera piedra para que Málaga sea la ciudad ilustrada de Andalucía, la que no se pliega ante la maquinaria de la corrección política que utilizan a su antojo los que sólo se preocupan de mantenerse en el poder. Málaga como la ciudad que abre puertas y ventanas para que la libertad de expresión sea algo más que un sintagma.
A Félix Bayón nunca le dio miedo el huevo de la serpiente que acunaba el gilismo, ese fascismo de jacuzzi y guayabera que compró a tanto progresista de boquilla que luego se ha sorprendido de una corrupción que en su momento les vino de perlas para mantenerse en el poder. Ni se dejó llevar por el fantasma del facherío con que los progres dominantes amedrentan a los que se salen del tiesto que riegan generosamente con dinero público. Lo suyo iba más allá de la secta: por eso no lo entendieron ni en un bando ni en el otro.
Deja una herencia formidable. Amigos que seguirán su tarea, gente que le llora por las esquinas esquinadas del periodismo, lectores que sufrirán su ausencia como si a la mañana le faltara algo. Y nos deja, sobre todo, su ejemplo. Su imperativo ético y estético –el sentido del humor que no falte- nos guiará por las tinieblas que el poder dispersa para que cundan el despiste y el desánimo. Para conjurar esa oscuridad cogeremos el farol que nos ha dejado Bayón y echaremos mano de su memoria. “¿Qué habría escrito Félix sobre este asunto?” He aquí la clave que nos abrirá el cofre donde se guarda el tesoro más preciado que los cielos dieron a los hombres: la libertad.
Que la tierra te sea leve, “como un poco de nieve que no oprime” (Cernuda).
Félix Bayón se hacía querer. Tenía un corazón de quince años que le habían trasplantado en 1992, una risa contagiosa y sonora, y una visión insobornable de la vida y del periodismo. Su magisterio no está en la forma lúcida, clara, como trazada con cuerda seca, de escribir sus artículos. No. Lo valioso de su herencia va mucho más allá. Bayón era uno de esos tipos que no están dispuestos a dejarse llevar por el cinismo, ese canto de sirena que le sirve al poder para atraerse a los mejores.
Vio de lejos la corrupción del Gil y de su GIL, ese cáncer que le ha salido a Andalucía por la piel de su costa. No se doblegó ante el paquidermo, luchó con toda la fuerza que le dio su moral, su incorruptible ética, y al final salió ganando aunque la muerte se lo llevara por delante. Pero no se quedó ahí la cosa. Félix Bayón tampoco se doblegó ante el omnímodo poder de la Andalucía oficial, la que viaja en los trenes de la propaganda y de la autocomplacencia, la que le negó cualquier honor en vida mientras premiaba a cantantes de consumo y a figurines de última moda. Incluso se permitieron el dudoso gusto de presionar a ciertos medios para que lo quitaran del ídem, esto es, del medio. Y lo consiguieron. ¡Vaya si tienen poder!
Pero al final siempre ganará el bueno, como en el cine. Bayón ha llegado el primero a la meta, que decía Borges del mal poeta que caía en el inevitable olvido. Ha llegado a esa cinta que marca la frontera de los que mueren limpios de polvo y paja, exentos de corrupción, sin olor a aguas pestilentes. Lo suyo no era trincar, sino denunciar. Su corazón quinceañero le marcaba un ritmo que nos costaba trabajo seguir. Ha puesto la primera piedra para que Málaga sea la ciudad ilustrada de Andalucía, la que no se pliega ante la maquinaria de la corrección política que utilizan a su antojo los que sólo se preocupan de mantenerse en el poder. Málaga como la ciudad que abre puertas y ventanas para que la libertad de expresión sea algo más que un sintagma.
A Félix Bayón nunca le dio miedo el huevo de la serpiente que acunaba el gilismo, ese fascismo de jacuzzi y guayabera que compró a tanto progresista de boquilla que luego se ha sorprendido de una corrupción que en su momento les vino de perlas para mantenerse en el poder. Ni se dejó llevar por el fantasma del facherío con que los progres dominantes amedrentan a los que se salen del tiesto que riegan generosamente con dinero público. Lo suyo iba más allá de la secta: por eso no lo entendieron ni en un bando ni en el otro.
Deja una herencia formidable. Amigos que seguirán su tarea, gente que le llora por las esquinas esquinadas del periodismo, lectores que sufrirán su ausencia como si a la mañana le faltara algo. Y nos deja, sobre todo, su ejemplo. Su imperativo ético y estético –el sentido del humor que no falte- nos guiará por las tinieblas que el poder dispersa para que cundan el despiste y el desánimo. Para conjurar esa oscuridad cogeremos el farol que nos ha dejado Bayón y echaremos mano de su memoria. “¿Qué habría escrito Félix sobre este asunto?” He aquí la clave que nos abrirá el cofre donde se guarda el tesoro más preciado que los cielos dieron a los hombres: la libertad.
Que la tierra te sea leve, “como un poco de nieve que no oprime” (Cernuda).
4 Comments:
No tuve la oportunidad de conocer a Félix Bayón, pero he seguido con mucho interés sus crónicas y artículos, tan valientes como contundentes con el golferío imperante. El que había y el que sigue habiendo. Sólo me consuela la certeza de que, seguro, alguien cogerá su testigo. El que han compartido durante años, grandes de la profesión como el propio Félix, el amigo Caraballo o usted mismo, señor Robles. Salud para todos.
lo que me gustaría sería que el hueco que desgracidamente ha dejado Félix Bayón en Diario de Sevilla lo ocupase Vd., queridísimo pacorrobles...
Paco, eso es un obituario como Dios manda. Seguro que Félix te estará agradecido allende los cielos. Saludos del portero verde, que desde su área nunca deja de observarte.
paco, das en el clavo cuando dices que lo que tenemos que preguntarnos todos los días es qué hubiera dicho Bayón y es curioso porque él nunca pretendió sentar cátedra y lo hace ahora. Un beso
Berta
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