Alfonso Perales
La muerte de Alfonso Perales ha teñido de luto el puente, el primer paréntesis de estas fiestas que para los apóstoles laicos del relativisimo son eso: fiestas sin adjetivos ni origen asumido. La muerte del político español y andaluz ha supuesto un aldabonazo en el silencio informativo de estos días. Escribimos español porque ése ha sido precisamente uno de los mayores elogios que el finado ha recibido después de su tránsito definitivo y fatal. Omitiremos el nombre del demagogo que lo calificó como tal y nos quedaremos con el acierto de su error. Perales era un hombre que llevaba el signo más en su calculadora política. Lo suyo era sumar y no restar. Por eso sabía ser español sin necesidad de salir de su rincón atlántico donde fue a entregarse a la mar, que desde Manrique es el morir.
Español, andaluz, gaditano... Y liberal. Heredero de la mejor tradición en que se asienta la izquierda democrática. Su último empeño salió adelante por una razón fundamental: Alfonso Perales veía en el otro al adversario, no al enemigo. He aquí la razón de su tenacidad a la hora de pactar con el Partido Popular su adhesión al futuro Estatuto de Andalucía. Lo suyo no era echar cerrojos ni blindar puertas, sino buscar el consenso en aquellos puntos en que fuera necesario. Y luego que cada uno se las avíe como pueda, que para eso la democracia es el conflicto al descubierto y no el juego con las cartas marcadas que algunos pretenden llevar a cabo hasta la instauración de un régimen vitalicio que les asegure, como el mismo nombre indica, la supervivencia.
De carácter afable, tranquilo y pausado, Alfonso Perales era un hombre extremadamente educado. En una de sus últimas entrevistas, cuando aún no había sentido el zaratán fatídico en sus entrañas, reconoció ante Carlos Herrera el error cometido a la hora de incluir a un alcalde del PP en un listado de presuntas corruptelas urbanísticas. No le tembló la voz. Ni el pulso. Rectificar no es de sabios, sino de hombres honestos. Desgraciadamente lo normal es la actitud del mantenella y no enmendalla que está pudriendo los albañales de la política actual. O la identificación del adversario con el enemigo al que no hay que ganar las elecciones solamente, pues el propósito final consiste en eliminarlo del panorama político y electoral para no dejar resquicio a la posibilidad de la alternancia.
En esta Andalucía de unanimidades crecientes, de miedos a hablar mal del poder, de reparos a la hora de ejercer la crítica es necesario que existan más hombres del talante de Perales, que desgraciadamente nos ha dejado antes de tiempo. Sobran esos políticos arrogantes y prepotentes que identifican el cargo con la carga de la hipoteca que pagan con del dinero público del salario que consiguen gracias a la fidelidad al aparato del partido. Sobran los que resuelven la disidencia –palabra que nos remite a otros tiempos y a otros regímenes- a golpe de insulto y de querella. Y falta la generosidad de la inteligencia, el ejercicio de la libertad como el don más preciado que nos dieron los cielos: habrá que seguir releyendo y recitando El Quijote aunque sea políticamente incorrecto.
Cuando se marchó a Madrid, Alfonso Perales nos llamó a un par de cronistas parlamentarios. Estábamos en la puerta del salón de plenos, enmarcados en la bellísima portada de piedra de la que fuera capilla principal del antiguo Hospital de las Cinco Llagas. Nos llamó para despedirse como mandan los cánones de la buena educación, de esa cortesía que siempre ha identificado a los legítimos herederos del republicanismo tolerante. Le deseamos suerte de todo corazón. Entonces y ahora. Que la tierra le sea leve, como decían los romanos que fundaron ese pequeño paraíso de Baelo Claudia. Muy cerca de allí, Alfonso Perales cerró los ojos para entregarse su cuerpo y su espíritu al mar, que como se dijo antes, desde Manrique es el morir.
Español, andaluz, gaditano... Y liberal. Heredero de la mejor tradición en que se asienta la izquierda democrática. Su último empeño salió adelante por una razón fundamental: Alfonso Perales veía en el otro al adversario, no al enemigo. He aquí la razón de su tenacidad a la hora de pactar con el Partido Popular su adhesión al futuro Estatuto de Andalucía. Lo suyo no era echar cerrojos ni blindar puertas, sino buscar el consenso en aquellos puntos en que fuera necesario. Y luego que cada uno se las avíe como pueda, que para eso la democracia es el conflicto al descubierto y no el juego con las cartas marcadas que algunos pretenden llevar a cabo hasta la instauración de un régimen vitalicio que les asegure, como el mismo nombre indica, la supervivencia.
De carácter afable, tranquilo y pausado, Alfonso Perales era un hombre extremadamente educado. En una de sus últimas entrevistas, cuando aún no había sentido el zaratán fatídico en sus entrañas, reconoció ante Carlos Herrera el error cometido a la hora de incluir a un alcalde del PP en un listado de presuntas corruptelas urbanísticas. No le tembló la voz. Ni el pulso. Rectificar no es de sabios, sino de hombres honestos. Desgraciadamente lo normal es la actitud del mantenella y no enmendalla que está pudriendo los albañales de la política actual. O la identificación del adversario con el enemigo al que no hay que ganar las elecciones solamente, pues el propósito final consiste en eliminarlo del panorama político y electoral para no dejar resquicio a la posibilidad de la alternancia.
En esta Andalucía de unanimidades crecientes, de miedos a hablar mal del poder, de reparos a la hora de ejercer la crítica es necesario que existan más hombres del talante de Perales, que desgraciadamente nos ha dejado antes de tiempo. Sobran esos políticos arrogantes y prepotentes que identifican el cargo con la carga de la hipoteca que pagan con del dinero público del salario que consiguen gracias a la fidelidad al aparato del partido. Sobran los que resuelven la disidencia –palabra que nos remite a otros tiempos y a otros regímenes- a golpe de insulto y de querella. Y falta la generosidad de la inteligencia, el ejercicio de la libertad como el don más preciado que nos dieron los cielos: habrá que seguir releyendo y recitando El Quijote aunque sea políticamente incorrecto.
Cuando se marchó a Madrid, Alfonso Perales nos llamó a un par de cronistas parlamentarios. Estábamos en la puerta del salón de plenos, enmarcados en la bellísima portada de piedra de la que fuera capilla principal del antiguo Hospital de las Cinco Llagas. Nos llamó para despedirse como mandan los cánones de la buena educación, de esa cortesía que siempre ha identificado a los legítimos herederos del republicanismo tolerante. Le deseamos suerte de todo corazón. Entonces y ahora. Que la tierra le sea leve, como decían los romanos que fundaron ese pequeño paraíso de Baelo Claudia. Muy cerca de allí, Alfonso Perales cerró los ojos para entregarse su cuerpo y su espíritu al mar, que como se dijo antes, desde Manrique es el morir.
3 Comments:
Reconozco que me ha sorprendido la unanimidad en cuanto se refiere al valor humano de esta persona. Yo recuerdo a Perales haciendo declaraciones extemporáneas, muchas veces sectarias…me viene a la memoria la que lió llamando nazi a Aznar con el sistema de vigilancia costera que, después de volver al poder, tanto ha alabado. Por no hablar del tema de Astilleros, donde tanto y tan poco se le ha visto dependiendo de quien gobernara en España…
Ya no sé qué pensar…desde luego, no a que los principios estén sometidos al criterio del partido. No a que el criterio del partido convierta a buenos políticos, como parece ser el caso, en simples voceros de una estrategia de poder en que sólo pueden consolarse comentando entre sus amigos que podría haber sido peor…
Y no por que no, porque uno llega a preguntarse ¿de quien te fías, entonces? ¿qué mierda es la política, un sudoku tramposo?
Sea lo que sea, quisiera acompañar en el dolor a su familia.
Paco, qué gran responso. Cuando la Parca venga a visitarme, me gustaría que un cronista como tú dijera algo tan bello. Enhorabuena!
Estimado Paco, como liberal me gustaría aclararte que, en sentido estricto, político, el liberalismo es mucho más que un mero talante tolerante, como pareces dar a entender en tu artículo. Cuando gente como Salvador de Madariaga o Gregorio Marañón dieron curso intelectual a semejante confusión seguramente no sabían el daño que hacían al liberalismo, al difuminar así su contenido.
Respecto a Perales, hombre, porque su reacción al saber que alguien no era socialista no fuera la de enviarlo de inmediato a reeducación en el Gulag, no me parece a mí que baste para tildarlo de liberal. Yo, por lo menos, no me olvido ni de lo que dice Canalsu ni de que, como encargado del tema autonómico en el PSOE, este señor ha sido el responsable de la patada a la soberanía nacional y a la Nación que es el estatuto catalán, así como, al alimón con Arenas, del bodrio hiperintervencionista –que acaba, por ejemplo, con cualquier atisbo de independencia del poder judicial- y casi soviético que es el bodrio estatutario andaluz.
Así que, descanse en paz. En lo personal, si era tu amigo, estupendo. Pero en lo político, a cada uno lo suyo.
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