martes, noviembre 20, 2007

El miedo a la verdad

El cronista debe confesar, de antemano, que jamás había escrito sobre un juicio y que por motivos más que obvios no es imparcial en este asunto. Dicho esto, la sesión que se celebró ayer en una sala prestada de la Audiencia contuvo todos los ingredientes que le dan tensión a las películas que tratan sobre el género. Hubo declaraciones brillantes, abogados que manejaban la oratoria o el bisturí, un juez aparentemente ensimismado que nos descubrió, al final de la sesión, que estaba más pendiente que nadie de lo que allí se decía y se contradecía. Porque afloraron grandes contradicciones que alguien tendrá que explicar algún día.

¿Cómo es posible que la verdad sea un viaje de ida y vuelta, y donde dije digo ahora digo que me manda Diego? Nombres que bailan, fechas que se superponen, órdenes que no se sabe muy bien de dónde vienen, tarjetas que se entregan a voleo... Y sobre todo, un aroma cutre, un aire de película más próxima a Torrente que al padrinazgo que ejercían los personajes de Coppola. Dejaremos los nombres en el territorio donde germina el beneficio de la duda, pero los adjetivos caen por su propio peso: de grasiento para abajo.

Esto es lo que ocurre cuando los poderosos van dejando caer sus pulsiones más bajas. Van encargando los asuntos turbios a los que son capaces de llevarlos a cabo porque reúnen dos ingredientes imprescindibles: les sobra el hambre y les faltan los escrúpulos. Declaraciones como las que el cronista escuchó ayer le sumergen en un estado depresivo a la hora de analizar los niveles freáticos a los que puede llegar un ser humano. ¿La verdad? Eso es lo de menos.

Menos mal que al otro lado estaban los profesionales del periodismo comprometidos con su profesión. Ni el abogado Martínez con sus afiladas preguntas pudo hacer nada para que Rosell y Caraballo se desdijeran o cayeran en las contradicciones que Corpas, y sobre todo Castellano, frecuentaban con demasiada claridad. Benjumea refrendó su versión y se defendió de la acusación particular de forma contundente. Y el público, al que el juez llamó la atención una sola vez, reía por lo bajini cuando el esperpento aparecía en las contradicciones de unos presuntos detectives –Castellano no acertó a decir en qué consiste su profesión- que parecían diseñados por Ibáñez.

Lo peor, empero, no estuvo ahí, sino en el aire de amenaza que se respiraba cuando estos pobres hombres –que no hombre pobres, a juzgar por las minutas y los oficios que ejercen- se desdecían por miedo. ¿Miedo a qué? ¿Miedo a quiénes? ¿Acaso vivimos sobre una alcantarilla que de vez en cuando supura un pánico al poder que no vemos los que preferimos fijarnos en el cielo con la ingenuidad de la libertad en la que creemos?

Fuera, en el pasillo, una cursis lámparas de bombillas de alto consumo y suciedad más que probada le daban un aire de grisáceo rococó tardofranquista a la Audiencia. La Ciudad de la Justicia puede esperar, aunque nos conformaríamos con la justicia en la ciudad, y en la región donde unos cuantos ejercen algo más peligroso que el poder. En la calle no rompió a llover, las nubes de noviembre entoldaban el cielo bajo, la campanita del tranvía le daba un aire dominical a la escena.

Salimos con la esperanza de que todo se va a aclarar. Necesitamos que la verdad no se quede oculta entre los pliegues de nuestra convicción. Es hora de despertar. Es la hora justa para que los hechos brillen por su presencia y no por la ausencia a la que quieren condenarlos los que le han dado la vuelta a la tortilla. El cronista, como ya se dijo antes, confiesa que no es imparcial en este asunto.

7 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Una, que no es sevillana, que ve los toros desde grada de sol, mu lejísimo, sí ha visto ya el tranvía.


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Disculpen la pausa, es que me ha dado la risa.

Su campanita me recuerda mucho a esa procesión semanasantera de los ciriales, la Mortaja, en que los amigotes van a hacer reir al personaje disfrazado.

Lo de mortaja también me recuerda a un cadáver que ya hace tiempo que huele de una forma molesta. Creo que la difunta se llamaba Democracia o Andalucía, no recuerdo bien. Un nombre muy, perdón, 'como muy' republicano. (De 1789)

8:55 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

estimado sr y amigo
disculpe la molestia de responderle no a su articulo
sino a otras cosas de la andazulia
o la chaveslandia de quien ud ya sabe
pero no se como dirigirme aqui para exponerle ese tema digame como y con sumo gusto se lo contare se llevara las manos a la cabeza

1:40 p. m.  
Blogger El Cerrajero said...

El miedo a la verdad porque de verdad hay miedo.

No olvidemos que es elemento imprescindible del clima que necesita la izmierda para multiplicarse.

5:46 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Para anónimo, mi email es pacorobles63@gmail.com

6:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

No presuma de años, mi don Robles, que una en el 63 se afeitaba ya. (las piernas, of course).

9:50 p. m.  
Blogger el escritor escondido said...

Otro de la cosecha del 63. Salu2.

11:25 p. m.  
Blogger Soledad Flaubert said...

Para mucha gente es evidente que hay que luchar contra la mentira, la injusticia, la desigualdad; que no hay que doblegarse ante los “poderosos” ni engañar a los débiles. Pero es difícil resistir al poderoso, provechoso engañar a los débiles; incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria, y para todo ello se necesita mucho valor.

6:49 p. m.  

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