El Ayuntamiento de progreso le ha concedido
la Medalla de
la Ciudad a
la Copla, así, todo con mayúscula de peina y volante. ¿Cómo se le puede conceder una medalla a un género musical? Este enigma sólo puede descifrarlo el perifrástico Torrijos con su sintaxis barroquizante. O su colega Jon Ander, el que reivindica las dictaduras donde se reprime la libertad de expresión mientras vive a costa de una democracia que le permite, por ejemplo, colocar a su esposa en el Ayuntamiento como se hacía antaño. Quieren quitarles los nombres a los alcaldes franquistas pero no se encargan de quitar las rancias costumbres del pasado.
Una medalla para la Copla con mayúscula. ¿Cómo se interpreta eso? ¿Le darán el año que viene la medalla de la ciudad a la Poesía, o al Teatro, o al Cine, o a la Arquitectura, o a la Ingeniería, o a la Fontanería, o al noble oficio del Varillero? Eso es precisamente lo que haría falta en la Granja de San Francisco, un buen varillero que limpiara los husillos y las arquetas que huelen a corrupción. Para disimular esta fetidez a la que se ha acostumbrado la Sevilla que siempre está al lado del poder, el alcalde se liará la manta a la cabeza y el mantón de Manila a la cintura durante la gala del mamoneo del medalleo hispalense. Será el día de San Fernando aunque el festival no se celebre en el teatro del mismo nombre, ya derribado. Alfredo Sánchez Monteseirín, Alfredito Buena Gente en los carteles, le cantará una versión de Francisco Alegre a su primo Félix Alfredo, vestidor de novias y vendedor de muebles, diseñador de páginas web que no aparecen ni por Internet y símbolo mayor del enchufismo que sigue reinando en la ciudad de la guasa.
(Voz engolada de pregonero a partir de ahora, por favor). Será a las doce de la mañana, cuando todos los relojes apunten al cielo azul purísima que refleja en su infinitud cósmica la inabarcable belleza de esa mujer altiva a la que llamamos Sevilla, de esa flor de inigualable donosura cuya enjundia está por encima de los parterres celestiales que brotan de la misma entraña de su ser inmaculado. Entonces saldrá al escenario el eximio trovador de la ciudad soñada, el gran Alfredito Buena Gente, heredero directo de Joselito y de los doce cascabeles que tiene su tranvía. La orquesta, dirigida por el maestro Marchena, atacará los primeros compases de la copla y todo se hará pasodoble en la voz pastueña y tostada de Alfredito, el príncipe de la copla:
“En los contratos han puesto un nombre / que no lo quiero mirá: / ¡Félix Alfredo, y su web! / ¡Félix Alfredo, y olá! / La gente dice: vivan los primos, / cuando lo ven diseñar. / Yo estoy callando por él / con la boquita cerrá. / Con cara dura / me dice: primo, ten la factura. / ¿Por qué me lloras / Sevilla la emprendedora? / Toma mi página web, / que soy un primo andaluz / y llevo al cuello el enchufe, ay, Jesús, / Que me diste tú…”
Reverberan las notas musicales, brillan las trompetas y sueñan los violines, vibran los premiados trombones y asciende la dulzura de la flauta a las catenarias del pentagrama modernizador de la ciudad. El maestro Marchena detiene por una milésima de segundo el acorde para que Alfredito coja el aire del estribillo mientras el público empieza a sentir el brote de la emoción en las lágrimas que bajan por las laderas sentimentales de las mejillas. Ahí va el estribillo:
“Félix Alfredo, primito mío, / dale al Marchena la facturita de aquella web; / Francisco Alfredo vendía vestíos / con un te quiero que entre suspiros yo le bordé. /Zoidito bravo, no me lo mires de esa manera, / deja que cobre aunque no tenga ni la carrera. / Zoidito noble, ten compasión, / que entre bordaos, / lleva encerrao, / ¡Félix Alfredo, y olé! /
Mi punto com”.
Los aplausos están a punto de romper la estructura de esa bombonera que lleva el nombre del Fénix de los Ingenios: no confundir con el ingenioso Félix Alfredo que ha cobrado varias facturas sin haber hecho nada. El público muestra su fervor con una ovación que obliga a Alfredito Buena Gente a poner a la orquesta en pie. Ahí está Emilio Carrillo, solista de guardia, o Rosamar Prieto con su flauta travesera recién importada del polo Norte. Alfonsito Rodríguez Gómez de Celis es el hombre orquesta, y Rodrigo Torrijos lleva el compás con la pipa que exhala notas humeantes para disimular el olor a corrupción. El pobre Marchena dirige la orquesta y se queda sin tocar su instrumento favorito: la viola da gamba. Alfredito saluda al respetable junto a su primo Félix Alfredo y el telón baja lentamente.
2 Comments:
También deberían darle la medalla de la ciudad a la Vergüenza. A título póstumo, eso sí.
Curioso. Y eso que no se investiga los Talleres de Empleo y las Escuelas Taller. (La forma de entrar y quienes son los que allí se llevan un dinero).
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