lunes, septiembre 29, 2008

El fusilamiento de Torrijos

"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa". Esta frase de Carlos Marx aparece en el libro que le dedicó a Luis Bonaparte allá por el año 1852. Y tiene más razón que un santo aunque el filósofo burgués que inventó el comunismo no fuera practicante. En Sevilla hay un practicante de profesión, que no de fe, instalado en el poder municipal y empeñado en darle la razón a su admirado don Carlos. Se llama Antonio Rodrigo Torrijos y es un marxista perifrástico, algo engolado en el hablar y muy afable y cariñoso cuando no está de mal humor.

Torrijos ha protagonizado esta semana la segunda parte de la historia repetida. En 1831 fusilaron a su homónimo en la playa de San Andrés de Málaga por liberal. El decreto de aquella ignominia vino firmado, de su puño y letra, por el rey felón que traicionó al pueblo que le devolvió el trono tras la sangrienta Guerra de la Independencia. Fernando VII ordenó aquella ejecución para librarse de un hombre libre que luchó hasta aquel 10 de diciembre por las libertades. El cuadro de Antonio Gisbert que se expone en el Museo del Prado es fiel testigo de aquella felonía propia de un rey cobarde que no tenía problema alguno en hacer las carambolas que le brindaban los mismos pelotas que le ponían a Franco los ciervos a tiro.

Han pasado los años y la historia del fusilamiento de Torrijos se repite en clave de farsa. El concejal sevillano se ha quedado sin argumentos para defender la gestión de su colega Lolo Silva y se ha sacado de la chistera el rancio argumentario guerracivilista que le sirve para justificarse ante sus bases. Torrijos afirma que los peperos están dispuestos a sacarlo a él, y a sus compañeros comunistas, a las seis de la mañana para fusilarlos en un paredón. ¿De dónde los van a sacar? ¿De los garitos que algunos y algunas frecuentan hasta altas horas de la madrugada para darse un barniz progre de mojito cubano? ¿O de la cama donde duermen plácidamente hasta que les llega la hora de montarse en el coche oficial que los espera en la puerta de su casa para llevarlos hasta la misma puerta del despacho?

La frase de Torrijos es pura farsa como escribió Marx hace siglo y medio. El verborreico concejal está pasando del acorazado Potemkim a la becerrada de la vaquilla berlanguiana. Su actitud está mucho más cerca de la astracanada y del carnaval que de la épica que rezuma la batalla de Stalingrado, una ciudad a la que le han cambiado el nombre porque a los rusos no les gusta vivir en una urbe que lleva el nombre de uno de los tipos más sanguinarios que ha dado la historia de la humanidad. Hoy se llama Volgogrado aunque en Lologrado, antes Sevilla, siga habiendo estalinistas de medio pelo que persiguen a los funcionarios inocentes para que la purga no deje de ser una costumbre propia del comunismo añejo.

Torrijos no puede asaltar los palacios del zar porque vive en ellos, porque está en la poltrona del poder, porque ya administra el dinero de los sevillanos. Y el PP no es el ogro fascista que Torrijos necesita tener enfrente para que su verborrea adquiera el sentido que no tiene. ¿Fusilar a las seis de la mañana en un paredón? Eso no se lo cree ni él, aunque vista la deriva del personaje y de su entorno es posible que a Torrijos le pase lo mismo que al Bizco Pardal, aquel embustero de la Sevilla con gracia que se creía sus propias trolas. En su discurso irrefrenable, el culto Torrijos –al menos va de eso entre los suyos- ha mezclado churras con merinas, algo que escandalizaba a su ex compañera Garvín. Y ha llamado a los peperos legionarios de Cristo Rey. Todo junto y revuelto, legionarios de Cristo y guerrilleros de Cristo Rey. Este Torrijos es tan rancio que vive en los años 30 aunque el coche que utiliza mientras pregona las bondades del carril bici tenga aire acondicionado y chófer a discreción.

Todo lo anterior es una farsa provocada por el mismo farsante para ocultar lo evidente. A Lolo Silva lo acosa esa derechona formada por Sánchez Gordillo, por Concha Caballero, por la dirección provincial de IU que no se traga las medias verdades ni las dobles mentiras, y por el comité federal de Izquierda Unida que quiere investigar este turbio asunto hasta llegar al final. Eso es lo que le quita el sueño y no el pelotón de fusilamiento que acabó con la vida del general Torrijos en 1831, cuando la historia se produjo por primera vez para que ahora se repita en forma de farsa.

400 enchufados

El Tío Calambres. ¿Los honrados sindicalistas de CCOO que denuncian continuamente en la Diputación de Sevilla las contrataciones de familiares y compañeros del partido forman parte de la extrema derecha? ¿Podemos encuadrar en ese reducto fascista a don Manuel Gutiérrez, secretario general de CCOO en el Ayuntamiento de Sevilla, cuando afirma que la privatización del Servicio de Respuesta Rápida 072 servirá para contratar a familiares? ¿Debemos silenciar a estos sindicalistas para entrar por la puerta grande en esa alianza del silencio que promueve Torrijos? ¿Nos cargamos los sindicatos en las instituciones para que no manchen con sus denuncias el prestigio democrático de las mismas? En la Diputación han saltado los cuadros eléctricos y se han pulverizado los diferenciales térmicos: 400 enchufados de una vez es mucha tela aunque estemos hablando de la mayor red eléctrica y clientelar de la provincia. A Villalobos le cantan los enchufados la última versión de la canción de Luis Aguilé: Bendito sea el Tío Calambres...

viernes, septiembre 26, 2008

Desparpajo y desahogo

Chaves dijo ayer una verdad como un templo griego, como una catedral católica, como un hospital renacentista convertido en parlamento regional por obra y gracia de la autonomía que ha conseguido llevar a la práctica el verso de Carlos Cano: colócanos a tós. En su segunda réplica a Arenas, el presidente de los andaluces, el ex ministro del Desempleo, el que fuera diputado en el Congreso cuando Tejero entró con la pistola y el bigote, el que nunca ha estado en la oposición desde que llegó al poder hace veintiséis años pronunció una frase que podría ser el vademécum del político del siglo XXI. Que vayan preparando una buena pieza de mármol en Macael y que esculpan el adagio chavesiano para que las futuras generaciones se enteren de qué va esto: “Con desparpajo y desahogo se sobrevive políticamente”.

El bueno de Manolo le regaló este consejo a su opositor Arenas aunque lo envolviera en esa crítica que siempre le hace cuando tiene que someterse al turno de preguntillas en el plenario. Lo que se podría leer en primera instancia como una crítica a Javier Arenas era, en la estructura profunda de su contenido, una de esas verdades que van más allá de la contingencia. Con el desparpajo que demuestran los sociatas cada vez que los pillan en un renuncio y con el desahogo que exhiben cuando mienten de forma descarada sin que les tiemble el pulso se puede sobrevivir en la política regional andaluza durante más de un cuarto de siglo. Allí estaba Chaves, por poner un ejemplo, para demostrar este aserto.

Este desahogo pone de los nervios a los que no comulgan con ruedas de molino. Valderas cogió al cronista cuando ya se había terminado el rifirrafe pactado y le enseñó el acta de una sesión del año 1995. La deuda histórica, otra superviviente de la política andaluza, andaba por allí flotando entre las cifras que pedía Luis Carlos Rejón y los desplantes de Manuel Gracia, otro superviviente. Diego Valderas lleva muy mal la mentira. A lo mejor tiene raíces anglosajonas que le ponen la sangre a hervir. Enfrente, en la bancada del poder, el personal convive plácidamente con la trola y el embuste. Desparpajo y desahogo, como dice el jefe.
Arenas estuvo duro, golpeó en el hígado de las contradicciones y de los incumplimientos, de los plazos que en vez de cumplirse vuelven a aplazarse. Valderas se lamentaba en la puerta del salón de plenos y el cronista tomaba nota: la negociación del Estatuto no ha servido para nada, Chaves le admitió en una reunión el plazo del año y medio, pero ahora, con la prórroga pactada en Madrid, ya van por los dos años que el bueno de Manolo proponía entonces. Eso se llama salirse con la suya al cabo del tiempo. Eso se llama desparpajo y desahogo.

Con esas dos armas el presidente andaluz convierte la sesión que debería controlar al ejecutivo en un control a la oposición. Con alguna que otra perla, por supuesto. Ojo al infinitivo que le dedica a Arenas: “Ni tan siquiera quiso usted sentarse a gobernar cuando fue ministro de Administraciones Públicas”. Gobernar por negociar. ¡Ay, el subconsciente! Otra cuestión sintáctica que se le atraganta a Chaves es el uso de las negaciones. Por aplazar la cantidad de la deuda “somos los demás los que no incumplimos”. Añádase el Rajoys que convierte en plural al líder del PP y el ‘consesto’ que lo pone al nivel conceptual y académico de Pepiño Blanco y entonces comprenderán ustedes que la presidenta Fuensanta Coves haya convocado un cursillo de oratoria parlamentaria. Seguro que en el currículo hay una asignatura obligatoria que se llamará Desparpajo y Desahogo.

miércoles, septiembre 10, 2008

Los bancos de Central Park

Cuando un rancio hispalense –valga la redundancia- se da un garbeo por la capital de los rascacielos es inevitable que se dedique a comparar la grandiosa manzana de Manhattan con la que fue un día la reina del grande océano: así llamó a Sevilla Fernando de Herrera, que fue escritor antes que instituto de la ‘acolapsá’ Palmera loperiana. El rancio cayó en esa tentación que vive arriba, en las agujas de la torre Chrysler o en la antena del Empire, pero que también tiene su reflejo en las zonas más íntimas y recoletas de la ciudad. Por ejemplo, en los bancos de Central Park o del Riverside, alias la orilla del río Hudson.

Cuando hablamos de bancos no nos referimos a las oficinas donde se mueve el dinero a espuertas digitales, sino a los humildes bancos de madera que los neoyorquinos financian con el dinero de sus respectivos bolsillos. He ahí la gran diferencia entre una la capital del Nuevo Mundo y la ciudad que fue puerto y puerta de las Indias en el dorado y plateado siglo XVI. Allí los ciudadanos aflojan la pasta para que los bancos luzcan el hierro y la madera en su cotidiano esplendor mientras por estos lares vemos como algo normal que el niñateo se cargue los bancos de cerámica de la Plaza de España o los que se instalan continuamente en los barrios y barriadas que más quisieran parecerse a Harlem.

Unas plaquitas metálicas con el nombre del patrocinador del banco da fe de esta presencia de la sociedad civil en el mobiliario urbano de la ciudad. Son leyendas que en algunos casos llegan a emocionar: el hijo que recuerda a su madre cuando lo llevaba a disfrutar de la infancia en aquel parque, o ese anciano que deja escrito en la chapita el nombre de la mujer amada con la que compartió años y años de paisaje verde y descanso bajo la sombra de este árbol. Y si nos damos una vuelta por los excelentes museos de la ciudad, entonces nos encontramos con soberbias colecciones de arte que en vez de reposar en mansiones privadas se exhiben en lugares públicos para que todo el mundo pueda disfrutar de Rembrandt o de nuestros paisanos Velázquez y Murillo.

Aquí, en la ciudad que fue la Nueva York del Siglo de Oro, los magnates son simples mangantes que se dedican a lo contrario, o sea, a trincar del erario público a través de subvenciones o de contratos a dedo mientras guardan celosamente sus propiedades para que nadie pueda disfrutar de ellas. En la inmensa mayoría de los casos ni siquiera tienen el gusto de aquel Frick que buscó por Europa los bronces de Miguel Ángel o de Sangallo, los cuadros soleados de Turner o los enigmáticos cuadritos de Vermeer que pueden verse en su palacete. En vez de este refinamiento, el azulejo que cubre salones alicatados como cuartos de baño.

Este contraste lo explica casi todo. En Estados Unidos las fundaciones tienen como misión la redistribución de la riqueza. Cuando alguien triunfa en la vida y gana una cantidad de dinero que nunca podrá gastar, dedica una parte de esos beneficios a la comunidad. Así se formó el Metropolitan, un museo donde las obras de arte no están ordenadas cronológicamente porque se muestran en salas que llevan el nombre de quien las compró y luego las donó. Aquí las fundaciones se montan entre cuatro pícaros arrimados al poder para pedir unas subvenciones amañadas, algo que los norteamericanos no podrán entender jamás. Así se colocan los amigotes del baranda de turno, que se dedican a dar premios o a organizar saraos intelectualoides con el fin de seguir colocando a más gente del partido que lo controla casi todo.

Cuando un rancio hispalense sale de la ciudad es inevitable que surja la comparación, siempre odiosa. ¿Cómo se puede comparar el Rockefeller Center con el Lopera Building de Jabugo Street? ¿El Madison Square Garden tiene algo que ver con el infrautilizado Auditorio Rocío Jurado? ¿Por qué se llenan diariamente los teatros que acogen los musicales de Broadway a pesar de que las entradas sean carísimas por la falta de subvenciones públicas? ¿Qué tiene en común este alcalde que promete varias veces los mismo con ese Giuliani que terminó con la inseguridad ciudadana en cuanto se lo propuso?

Las preguntas van cayendo por su propio peso. Las respuestas tal vez estén en esas plaquitas mínimas y discretas que permanecen intactas en los bancos de Central Park mientras la cerámica de la Plaza de España sufre el vandalismo del niñateo y la desidia de los políticos. Cuando la sociedad civil apenas existe es irremediable que la ciudad se hunda. Tal vez por eso hay algunos que quieren que en Sevilla se instale la réplica del Titanic.