Lunes 16 de abril de 2007, página 36 de EL MUNDO de Andalucía. Dos noticias pared con pared, columna con columna. En la primera se lee este titular: “Un estudio advierte sobre la extensión del ‘síndrome de Peter Pan’ en Occidente”. Justo al lado, otro titular: “Rector sostiene que la represión no es la solución para combatir el botellón”. El estudio sobre el ‘síndrome de Peter Pan’ lo ha realizado la profesora Robles Ortega, de la Universidad de Granada, y en él avisa “del efecto negativo derivado de la sobreprotección a la que someten muchos padres a sus hijos”. El rector al que se refiere la otra noticia es el de la Universidad granadina. Las dos caras de la misma moneda y sin salir de la misma universidad.
El ‘síndrome de Peter Pan’ es algo tan evidente que la profesora Robles Ortega da en el clavo cuando apunta sus rasgos más comunes. Los niños sobreprotegidos crecen en un ambiente tan cómodo que no son capaces de enfrentarse con la realidad. Son los niños del trauma. ¿Recuerdan? ¡No nos ha dado nada el mester de progresía con el dichoso trauma! Al niño no se le podía reñir porque podía coger un trauma de tres pares de narices. ¿Castigarlo? ¡Por nada del mundo! Al cabo del tiempo ese niño hace botellón en la calle y llega el rector de su universidad para pedirle poco menos que perdón: “Todos podemos hacer un mayor esfuerzo, incluyendo a la propia Universidad”.
¿Qué esfuerzo deben hacer las universidades andaluzas? ¿Acaso van a convertirse en organizadoras de actividades lúdicas para entretener a estos mayores de edad? Aquí tocamos el quid de la cuestión y del artículo que pergeñamos por obra y gracia de la comparación citada. Los mayores de 18 años no renuncian a sus derechos, pero a la misma vez –que diría el de las sevillanas del guauguau- pretenden conservan las prebendas que se derivan de la minoría de edad. Todo reunido en un mismo pack, que dirían un cursi o un anglicano según Carmen Calvo.
Lo curioso del caso es que las características que la profesora Robles Ortega les atribuye a los peterpanes los acerca a los barandas políticos que nos gobiernan. Lean con lupa: “Algunas características de este trastorno son la incapacidad del sujeto de asumir responsabilidades, comprometerse o mantener su palabra, la excesiva preocupación por su aspecto físico y su bienestar personal y la inseguridad en uno mismo, a pesar de que no lo demuestre y pueda parecer lo contrario”.
Ahora podemos interpretar mucho mejor a la clase política. Padecen el síndrome de Peter Pan... con manteca, preferiblemente del color colorado, vulgo colorá. Juegan a la política partidista y partidaria y se esconden de sus responsabilidades achacándole todas las culpas al contrario. No hay nada mejor que un buen enemigo para gozar de la vida: ahí se depositan todas las culpas, todos los fracasos y todos los desengaños. ¿Seguimos? Esto que viene ahora es como la carne de membrillo, porque no tiene desperdicio: “Tienen ansiedad cuando son evaluados por sus compañeros de trabajo o sus superiores, ya que son absolutamente intolerables ante cualquier crítica”.
Los peterpanes ya no se quedan en el reducto empalagoso de las familias progres. Los peterpanes han llegado hasta los despachos donde ejercen como tales. A su inmadurez congénita le unen las volutas del colmillo retorcido por tantos años de demagogia. La mezcla es explosiva, y así nos va. Tras veinticinco años de poder en Andalucía, los peterpanes del régimen chavesiano son incapaces de asumir ninguna responsabilidad. Y de las críticas no hablamos. En cuanto alguien alza la voz o escribe lo que piensa, estos niños del trauma los convierten en enemigos del partido y de la patria. Sólo les falta que el rector los lleve de botellón, pero ese problema lo tienen resuelto. Entre todos les pagamos la VISA Capricho con la que dan rienda suelta a sus antojos. Ya se dijo antes: Peter Pan... con manteca colorá.