El Estatuto del cuyo

En el patio mayor del Museo de Bellas Artes de Sevilla se expone un altorrelieve de Antonio Susillo, uno de los mejores escultores andaluces del siglo XIX. Inciso de memoria histórica: la misma Carmen Calvo que exigía el parné del Ministerio de Cultura para ampliar este museo cuando era consejera, lo niega desde su puesto actual. El altorrelieve de Susillo s una obra historicista, propia de la época en que se labró. Los Reyes Católicos –dicho sea lo de católicos sin ánimo de ofender a ninguna minoría religiosa- reciben a Colón cuando el almirante genovés –dicho sea lo de genovés sin ánimo de abrir ningún debate sobre la nación de don Cristóbal- llega a Barcelona acompañado de varios indígenas de las Indias: Vespucio todavía no le había dado el mangazo a su paisano Colón, y América aún eran las Indias. El escenario de ese encuentro es muy significativo: el Salón del Tinell.
Esta historia viene a cuento del acuerdo estatutario al que han llegado PSOE y PP en Madrid, que no en Andalucía. Este consenso ha impedido que se repita la historia plasmada por Susillo, si bien en su vertiente de farsa más o menos cómica. El sector más duro del PSOE andaluz perseguía desde hace tiempo un Pacto del Tinell que su sectarismo analfabético traduciría con ese vocabulario rústico que tanto les va: el Pacto de la Tinaja. Pretendían encerrar a Arenas en una tinaja y taparla con cinta aislante.
Pero Arenas ha deshecho el entuerto en el Congreso con el apoyo de Alfonso Guerra, autor del teorema de los espejos. Guerra, que es más largo que un discurso de Chaves sobre la Segunda Modernización, lo vio desde el primer momento. Al PSOE andaluz y al PP de Madrid no les interesaba el pacto. Han tenido que cruzarse los unos con los otros para que el Estatuto de Andalucía salga adelante con más reformas que la casa de Lopera. Han alicatado el texto hasta provocar unos esguinces –algún parlamentario andaluz diría dejinse- en la sintaxis que reflejan el nivelito intelectual de los padres de la realidad nacional. Ese “cuyo” del preámbulo, sin antecedente que valga la pena buscar, nos recuerda la expresión que utilizan los concejalillos de turno cuando quieren hablar fino: “lo cual”. “Pienso de que hay que abrir un diálogo, lo cual mañana nos reuniremos con la oposición”.
Por fin hemos asistido al pacto de los montes, al parto de un texto reformadísimo que servirá para que los andaluces seamos más felices durante los próximos años. Y de camino, a ver si Chaves y compañía se dedican a gastarse el pastón del nuevo presupuesto de la Junta en construir autovías que no sean como esa A-92 que tiene más parches que los vaqueros de un muchachito modernito. A ver si se dejan de tanta metapolítica que solo interesa a los que viven de “cuyo” sueldo, que diría un redactor del nuevo Estatuto. Ya estamos hartos de las zarandajas de la Segunda Modernización y del debatillo estatutario. La política no se ha inventado para crear problemas, sino para resolverlos.
Chaves ha declarado que no hay vencedores ni vencidos. Eso es altura de miras y lo demás es cuento. Lo ha traicionado el subconsciente, ya que su sector más sectario buscaba otra cosa. Arenas se ha librado de otro 28-F que lo habría dejado para el desguace. Por eso ha firmado. Lo tenía claro desde hace tiempo. Más o menos un año. No podía verse condenado a un Pacto del Tinell, o de la Tinaja, como sus colegas del PP catalán. No quería repetir la experiencia de aquella UCD que fue engañada por un PSOE que se subió al carro de un andalucismo feroz sin creerlo ni beberlo. Arenas no quería que se repitiera la escena del Salón del Tinell en el que unos se llevaban el oro y otros hacían el indio. Por cierto: el autor de ese altorrelieve se quitó la vida con las mismas manos que tallaron el Cristo de las Mieles del cementerio hispalense. El PP no quería suicidarse. Eso decían. Y tal vez tengan la razón.